13.2.08

"Cámara-fels", por Patrick Bones



Siempre que finalice el telediario de Tele 5, el de Pedro Piqueras, me invade la misma sensación: doy gracias a Dios por estar vivo un día más, a pesar vivir en el cenagal de crimen organizado, violento, farmacocinético y truculento en que se ha convertido el país. Piqueras, y miles como él, te dice que las comunidades de España se están socavando, poco a poco. Y gran parte de la culpa la tienen, básicamente, los extranjeros. Concretamente, extranjeros en bandas. Un extranjero solito y por libre no hace nada.

Vivo en Castelldefels, en una urbanización que se llama el Poal, una colección heterogénea de apartamentos, adosadas y torres en la ladera de una montaña que va bajando hasta el nivel del mar. Mucho pino, mucha tranquilidad… Hay dos tipos de cámaras en este pueblo: las que instala el ayuntamiento y las que ponen los particulares en sus casas. De las primeras, na’. Serán igual de ineficaces que la administración que supuestamente las controla. Las hay en nuestra Plaça de l’Església. ¿Y qué? Me parece que las pusieron al final del mandato del anterior alcalde, cuando las manis y boicots de los vecinos se sucedían semana sí semana también. Para atajar la delincuencia, no serán, pues aquí los asaltadores, pandilleros, mafiosi, proxenetas, camellos y hasta sicarios todavía campan a sus anchas.

Del segundo tipo, las de los particulares, empiezan a verse pero aún no hay muchas. Aquí, hay una verdad como un castillo: la gente vive acojonada de que “te entren”. Curiosa construcción gramática: cuando los delincuentes allanan tu morada, te entran también a ti, no solamente a tu casa. Y parece que hay pocas personas a quienes no les han entrado ya. Todos conocemos casos. La sensación es que, sobretodo aquí en las afueras, tarde o temprano, entrar, te entran.

Vine a vivir a esta zona de Castelldefels en el 1994. Solía salir a correr con un compañero de trabajo, del Poal de toda la vida, que me hacia de cicerone. Un día me dijo, “Aquí nadie cierra la puerta, y no pasa nada, porque nadie tiene nada de valor en casa, y los cacos lo saben.” Lo recuerdo perfectamente. Se dejaban las puertas, y sobretodo las ventanas, abiertas. Se dejaban las llaves puestas en el cerrojo, en la parte de fuera de la puerta, para que pudieron entrar y salir los niños, pero también, como me dijo otro vecino en esos tiempos, “En señal de hospitalidad.” Pues vale.

Pero ya no valen porque ahora sí se roba. Ya hay mucha gente que vive aquí todo el año, no vienen solo a desconectar en fin de semana y las vacaciones de verano. Ahora es la primera y única residencia de mucha gente. Y todo lo que tienen está ahí dentro. Y los cacos, extranjeros y organizados ellos, lo saben.

También cabe decir, aunque se suele olvidar, que aquí hace 14 años no vivía casi nadie de octubre a junio y por tanto, servicios, cero. Antes solo veías coches de policía, o del ayuntamiento, muy de vez en cuando. Recogida diaria de basuras, limpieza … todo eso ha venido después de instalarse aquí los residentes full-time y tras mucho pedir. Se tuvo que pagar un dineral para que nos pusieran aceras, faroles y alcantarillado. Se acabará haciendo lo mismo con la seguridad, me parece. Ya hay voces en este sentido en el vecindario. “Pones un guardia jurado en la puerta, y que esté ahí toda la noche.” Al desgraciado que le toca cumplir esa misión, ya le estoy poniendo un cirio.

Bromas aparte, seamos sinceros. Al margen de lo que pasa en el resto del termino municipal, hemos venido a vivir a un sitio que no es pueblo ni es ciudad. Era una urbanización sin apenas infraestructuras ni organización. Seamos todavía más sinceros: precisamente ese ambiente un poco anárquico es una de las cosas que nos atraía a este sitio. Ahora, todo ha cambiado, y donde antes se disfrutaba de un vacío de control, ahora se reclama.

Así las cosas, si alguno pone una cámara en la puerta de su casa, más que un elemento de control, es porque le falta el control. No controlas nada, propietario, y la cámara, la alarma, el perro peligroso que se muere de asco en tu microjardín… todo es un intento de tomar un poco el mando de tu situación, de evitar que te entren. Son elementos disuasorios. ¿Funcionan como tal? Eso solamente los cacos lo saben.

Hará cosa de cinco años, nos vino a visitar una familia que residía en Alemania. Él, tejano de San Antonio como yo, se había enamorado de la playa de Castelldefels, y de unos apartamentos cutrongos en primera línea, cuando asistió a mi casamiento en 1997. Repitió varias veces con su entonces mujer y dos hijos. El apartamento que les tocó esa vez estaba en la planta baja, y tenía una pequeña terraza enmurallada que daba directamente a la arena. Habían unas ventanas enormes para dejar entrar la brisa. Cosa que hicieron. Entró la brisa y algo más. La segunda noche, “les entraron” mientras dormían. Limpiaron todo lo que había de valor, además de las llaves del coche, el coche, y los pasaportes. Pero lo que más de punta les ponía los pelos es que mientras los malos paseaban por el apartamentito recogiendo su botín, dormían una niña de tres años y un bebé de meses ahí mismo. Podría haber sido una tragedia, si los cacoides no hubiesen tenido la bondad de dejarlos seguir durmiendo. El día siguiente, con el bajón de mi amigo, la impasibilidad del amo, y la resignación de la policía, deseaba que hubiese alguna cámara enfocada ahí para pillarlos in fraganti. Pero no la había. Y los cacos lo sabían.
[Imagen: Ly]

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